La semana pasada recibí una invitación a realizar una visita al Hospital Infantil Robert Read Cabral a hacer entrega de unas donaciones que una amiga cercana quiso hacer llegar a los niños que se encuentran ingresados en el conocido centro de salud. Aunque todos los dominicanos conocemos las carencias que, manera general, afectan nuestro sistema sanitario, también todos hemos sido bombardeados a través de los medios de comunicación y las redes sociales sobre los miles de millones de pesos que se han destinado del presupuesto nacional y otras fuentes de financiamiento público para el fortalecimiento de los servicios de salud y los planteles de atención hospitalarios, sin que (y para nadie es un misterio) esto se haya traducido en una mejora evidente en las condiciones para los pacientes y sus familias.
Y es que el primer hospital especializado en la salud infantil de nuestro país no escapa al efecto BAM (bulto, allante y movimiento) con que se manejan mediáticamente las supuestas mejoras del sistema, ya que pude palpar que más allá que lo que se anuncia, la realidad es cruel y dura de asimilar. Estar en ese lugar, me transportó a mi infancia, cuando en compañía de mi padre, realizaba visitas a ese hospital en su condición de funcionario de la secretaría de salud de entonces y se le prestaba suma atención a ese centro dada la importancia que tenía dentro del sistema de salud del país, al punto que Su Santidad Papa Juan Pablo II durante su última visita al país en el año 1992, se desplazó allí donde talvez no se brindaba un servicio de estándares muy elevados, pero si se contaba con las condiciones básicas para el buen funcionamiento del mismo.
Al llegar al edificio, hay que reconocer que desde fuera se puede observar se ha realizado una mejora en la fachada de “El hospital infantil Angelita Trujillo”, nombre con el cual el ajusticiado dictador Rafael Leónidas Trujillo bautizó ese centro hospitalario en honor a su hija del mismo nombre en el año 1956, pese a ser cambiado posteriormente en el 1962 por el que actualmente posee, es el nombre con el que se conoce al centro pediátrico de referencia nacional.
Sin embargo, la verdad de lo que sucede dentro del nosocomio es muy distinta cuando inicia el recorrido a lo interno de la edificación: paredes y pisos maltratados, elevadores fuera de servicio o con fallas, baños en condiciones deplorables, falta de ventilación apropiada, salas repletas de pacientes y sus acompañantes que rayan en el hacinamiento, malos olores, unidades de atención con falta de equipos o con estos fuera de funcionamiento, vestigios de alguna intervención que haya realizado el Despacho de la Primera Dama de alguna pasada gestión de gobierno, áreas en construcción cerradas y otras que operan inconclusas, entre otros detalles que dificultan las tareas que se realizan en el sanatorio y que llaman a pensar en si realmente están dadas las condiciones en ese lugar para que los niños que reciben atención allí puedan mejorar las condiciones de salud por las que han sido ingresados, lo cual contrasta mucho con el compromiso, la voluntad y el nivel de calor humano con el que el personal de salud y administrativo realizan sus labores en beneficio de la niñez desposeída que allí pernocta, demostrando que pese a las falencias de un sistema y sus autoridades, todo es posible cuando se abrazan el amor y las buenas intenciones; sin embargo, esto no es excusa para que no se le brinden las herramientas requeridas para la noble tarea de llevarle salud a los infantes.
Tenemos prohibido olvidar que no tan lejos como a principios del mes de octubre del año 2014, un Ministro de Salud fue destituido por el escándalo suscitado tras el fallecimiento de 11 neonatos en un fin de semana en el referido centro asistencial, por supuesta negligencia del personal médico de servicio en el momento, una excusa de nuestro gobierno de entonces para no asumir las deficiencias en materia de recursos y equipamiento que demandaba (y que aún demanda) el Hospital Robert Reid Cabral, utilizando la cancelación del alto funcionario y la entonces directora del plantel como escudo para sofocar las llamas enardecidas de la opinión pública nacional e internacional que hicieron eco del crimen atroz derivado de ignorar las necesidades del siempre deficiente sistema de atención hospitalaria. Y ese es uno de tantos y tantos casos de muertes infantiles en “El Angelita”, unos que no han sido tan sonoros y otros de los que ni siquiera se ha hablado, pero siempre lamentables ante la tristeza que causa la muerte de niños por falta de condiciones en el tratamiento de sus patologías.
A diferencia de aquel entonces, en términos de gestión, la responsabilidad en la administración de los servicios de salud en el país ya no recaen sobre el Ministerio de Salud, que pasó a ejercer la función de órgano rector, siendo actualmente el Servicio Nacional de Salud (SNS) la autoridad competente, cuyo titular el Dr. Mario Lama ha obtenido cuestionables notas en respecto a los avances que se han realizado en la materia, tanto en La Angelita como en todos los demás centros que operan bajo su sombrilla administrativa.
Es por lo anterior, que hago un imperante llamado a la Vicepresidenta de la República, Raquel Peña, quien encabeza el Gabinete de Salud, y al Ministro, Dr. Víctor Atallah, para que evalúen la situación real de este hospital, y puedan reencausar, tal vez lejos del mediatismo y la publicidad, el curso que lleva un sistema que para el bolsillo de los dominicanos ha representado un barril sin fondo que no presenta grandes avances en lo que respecta al acceso a servicios médicos de calidad para la ciudadanía en general, y los sectores de bajo estrato social que acuden a los centros de la red estatal.
Tanto se ha hablado de que los niños son el futuro del país, y esto me genera dudas, inquietudes… ¿de cuál futuro hablamos cuando no se invierte en garantizarles un derecho tan fundamental cómo la salud? ¿Acaso tendremos que revivir otro infanticidio como el del 2014 para abrir los ojos ante la grima que causa ver las condiciones en que funciona el principal centro de salud pediátrico con el que contamos? La Angelita es simplemente, UN HOSPITAL EN EL OLVIDO, donde como en buen dominicano decimos se hace mucho con amor, pero “a mano pelá”; donde hay madres aferradas a sus vástagos sin tener un pañal para que sus hijos puedan orinar o defecar; donde impera la necesidad; donde, aunque es grande la fe en Dios en que los niños sanarán, es evidente que se podrían hacer las cosas mejor, y mucho más.
Por: Santiago R. Castillo/